8.4.09

Pensamiento político

Samuel Arriarán

“La categoría de praxis pasa a ser en el marxismo la categoría central. A la luz de ella hay que abordar los problemas del conocimiento, de la historia, de la sociedad, y del ser mismo […] La teoría no será ya tanto análisis de una estructura social sino teoría de la revolución que se quiere desencadenar, teoría que determina acciones al esclarecer los objetivos, posibilidades y fuerzas participantes […] No se trata de pensar un hecho, sino de revolucionarlo.” Adolfo Sánchez Vázquez

1. Vigencia de la Filosofía de la praxis
¿Cuál es el sentido actual de las tesis de la Filosofía de praxis de Adolfo Sánchez Vázquez? ¿Puede afirmarse que después de 38 años mantienen su validez? Entre esas tesis está la necesidad de insertar la filosofía en el proyecto de transformación social, defender el carácter racional de la filosofía y situar el proyecto emancipador de Marx en un marco de racionalidad. Al volver a leer este libro, se puede reinterpretar y revalorarlo desde nuevas miradas o perspectivas a la luz de lo que sucede actualmente. ¿Puede sostenerse su validez hoy cuando las circunstancias en que fue escrito parecen haber cambiado? Nos encontramos ante una paradoja. Aunque el mundo se ha modificado en gran medida especialmente a partir del derrumbe del "socialismo real", en el fondo nuestras circunstancias siguen correspondiendo a la necesidad de luchar por una nueva sociedad frente a los excesos de la modernidad capitalista. El autor del libro que nos ocupa no deseaba, al escribirlo, (ni desea hoy) que la filosofía se reduzca a la legitimación ideológica del orden social establecido. Tampoco aceptaba (ni acepta hoy) la cómoda posición de los filósofos "puros", aislados en su torre de marfil para evitar comprometerse con las exigencias de la transformación social.
Así, pues, el paso del tiempo nos ha invalidado y aunque en el libro el peso de las circunstancias es innegable, por ejemplo en el excesivo acento en la oposición entre ciencia e ideología, obligado (por la necesidad del combatir el aventurerismo revolucionario y los errores estratégicos de los partidos reformistas), las tesis expuestas en este libro siguen teniendo actualidad en la medida en que la sociedad capitalista (en su fase neoliberal) se encuentra en una grave crisis y ésta tiene consecuencias para la reformulación de la teoría revolucionaria en México y en América Latina.
Con la re-edición en 2003, La Filosofía de la praxis reaparece en una coyuntura favorable para la reactivación de las fuerzas sociales que luchan contra el capitalismo. Las circunstancias impuestas por la modernidad capitalista (que no son tan ocasionales) explican que la filosofía de Sánchez Vázquez, y sobre todo su teoría original de la praxis mantengan su enfoque filosófico radical. Así lo exige un compromiso con la lucha contra el capitalismo neoliberal. El neoliberalismo no es otra cosa que la continuación, bajo una nueva forma, del sistema capitalista. Se trata de la misma tendencia a deprimir los salarios, y a eliminar todos los obstáculos para la circulación de mercancías, a concentrar la riqueza y el poder en manos de los más ricos y a incrementar la explotación y la opresión de los más pobres. La filosofía de la praxis de Sánchez Vázquez apunta hoy, igual que ayer, a la crítica radical de ese conjunto de mecanismos económicos y políticos que garantizan que los ricos mantengan el tipo de sociedad que consideran necesario.
2. La génesis de la Filosofía de la praxis
Al centrar su atención en los escritos juveniles de Marx, especialmente en los Manuscritos económico filosóficos de I844, Sánchez Vázquez captó la enorme importancia del concepto de trabajo, a partir del cual es posible reformular el marxismo una concepción de la praxis. La producción —es decir, la praxis material productiva— es fundamento del dominio de los hombres no sólo sobre la naturaleza sino también sobre su propia naturaleza. Producción y sociedad, o producción e historia forman una unidad indisoluble. Sánchez Vázquez extendió esa unidad a las relaciones entre teoría y práctica, entre sujeto y objeto, entre filosofía y política. De esta manera planteó claramente que el movimiento revolucionario requiere de la unión entre espontaneidad y organización; la espontaneidad para no caer en una praxis burocratizada; y la organización para no caer en el anarquismo. Así, el concepto de praxis está determinado por tres rasgos fundamentales: a) unidad entre lo interior y lo exterior, lo subjetivo y lo objetivo; b) imprevisibilidad del proceso y de su resultado; c) unidad e irrepetibilidad del producto —es decir, que cada revolución se da a sí misma su propia ley, misma que no puede aplicarse sin más a otros procesos revolucionarios pues ello condenaría a desconocer la particularidad de sus condiciones objetivas y subjetivas.
Bajo el concepto de praxis creadora se incluye la praxis revolucionaria, la transformación de la sociedad. En esta forma de praxis se descubre una dialéctica entre la innovación y la tradición, entre la creación y la repetición. Sin embargo la práctica teórica no constituye una praxis —como sostenía Althusser— ya que por más que dicha práctica transforme percepciones, representaciones o conceptos, en ningún caso transforma la realidad. Por lo demás, la materia no se reduce al ámbito de estudio propio de las ciencias naturales. En este sentido la concepción de Sánchez Vázquez coincide con la de Gramsci, para quien la ciencia no trata de la materia en sí, de la que se ocupa la física, sino de la naturaleza o materia humanizada. Por ende, la materia incluye al conjunto de las relaciones de producción. La realidad sólo existe entonces como historia por y para el hombre. Para llegar a esta idea, Sánchez Vázquez no sólo se enfrentó con el dogmatismo soviético que diluía la investigación sobre los problemas sociales en una concepción naturalista —que se le atribuía erróneamente al materialismo dialéctico— sino también contra los mismos filósofos idealistas como Kant, Feuerbach y Hegel, y señaló que la filosofía de la praxis —postulada por Marx— se abrió paso asumiendo una actitud crítica con respecto a los pensadores fundamentales de la historia occidental de la filosofía, y especialmente Hegel, quien resume, absorbe y eleva a un plano superior el idealismo fichteano de filosofía de la acción y en quien él encuentra su coronamiento todo el movimiento idealista alemán del que Fichte constituye uno de los eslabones esenciales. Feuerbach, al tratar de reducir el Espíritu hegeliano a una medida humana, prepara el camino que permite situar también el problema de la praxis en un terreno propiamente humano y llegar así —con Marx y Engels— a una concepción del hombre como ser activo y creador, práctico que transforma el mundo no sólo en su conciencia sino prácticamente, y de modo que incluya, a su vez, la transformación del hombre mismo como condición esencial de la transformación del mundo.
Aunque Sánchez Vázquez reconoce el aspecto positivo de las teorías que ayudaron a elaborar la concepción del hombre como ser activo, práctico y creador, también señala su aspecto negativo en cuanto dichas teorías conducen a la negación de la práctica en aras de una exaltación de la conciencia, es decir, a un teoricismo que niega el papel fundamental del desarrollo de la misma realidad. Por lo tanto, la filosofía de la praxis no pudo haber surgido en cualquier época o sociedad sino sólo en ciertas condiciones históricas determinadas; la práctica revolucionaria sólo es posible sobre la base de un determinado nivel de desarrollo de las relaciones sociales de producción de la sociedad dividida en clases y de la agudización de las contradicciones económicas y sociales fundamentales de la misma, y de la constitución de la clase social destinada objetiva e históricamente a realizar la revolución socialista.
Cuando Sánchez Vázquez, siguiendo a Marx se refiere al proletariado como clase revolucionaria, señala que ésta, por ser la clase más explotada, es la más interesada en la construcción del socialismo. El proletariado es revolucionario frente a la burguesía porque habiendo surgido de la industria aspira, en lo económico, a liberar a la producción de su carácter productivista, y en lo político, a desarrollar la democracia más allá de los límites que impone el sistema capitalista.
Ahora bien, uno de los problemas que se derivan de lo anterior es el siguiente: en cierto tipo de sociedades con escaso desarrollo del proletariado —como América Latina— ¿se puede sostener un enfoque que subraya las contradicciones de clase? Luis Villoro, por ejemplo, ha señalado que la causa de que la ideología socialista no haya arraigado en México, fue justamente el hecho de que se trata de un "país capitalista de escaso desarrollo proletario". En este señalamiento se reduce el concepto de proletariado a la clase obrera, es decir, a quienes ejercen el trabajo manual. Pero para Sánchez Vázquez, dicho concepto es más amplio ya que abarca a todos los asalariados y el movimiento obrero incluye demandas que no son exclusivamente las de esta clase social entendida en este sentido estricto. Esto significa que junto a las reivindicaciones propias de la clase obrera, ésta abandera también las que corresponden a los movimientos nacionales, étnicos, de género, etcétera. Este planteamiento, constituye a mi juicio, una base sólida de reflexión que nos permite avanzar en la comprensión y la transformación de la realidad social en que vivimos.
El concepto de praxis deriva de un desarrollo no sólo teórico sino también práctico. Esto significa que la revolución filosófica realizada por Marx entraña no sólo un cambio de objeto de reflexión (ya no "teorizar" el mundo de manera puramente contemplativa tal como lo hacían los filósofos anteriores hasta Hegel), sino también una transformación de la filosofía misma. Por eso la de Marx es filosofía de la revolución en sentido teórico y práctico ya que se levanta desde una opción ideológica —pues corresponde al punto de vista de la clase que busca la transformación, lo cual transforma la teoría misma— y a la vez desde una opción práctica ya que apunta a transformar el mundo. Así, para Sánchez Vázquez, la filosofía de Marx representa una innovación radical en la filosofía. Su novedad consiste en ser una nueva práctica de la filosofía misma justamente por ser una filosofía de la práctica, de ahí que Sánchez Vázquez plantee que la filosofía de la praxis cumple cuatro funciones en la práctica, a saber: 1) como crítica de la realidad existente y crítica de las ideologías (función ideológica); 2) como compromiso con las fuerzas sociales revolucionarias que ejercen la crítica real (función crítica); 3) como laboratorio de conceptos y categorías indispensables para trazar y aplicar una línea de acción (función gnoseológica); 4) Como autocrítica que le impida alejarse de la acción real, paralizarse o lanzarse al aventurerismo revolucionario.
De lo anterior, se desprende que la filosofía de la praxis de Sánchez Vázquez asume desde su génesis una actitud crítica con respecto al marxismo soviético y otras formas del marxismo de esa época. Dicha actitud se fundamenta en la naturaleza misma del marxismo, es decir, en su carácter mismo de autocrítica permanente. Sin este carácter, el marxismo sólo puede ser concebido de manera dogmática, que no conciba la teoría como un trabajo creador sino como un conjunto de verdades que sólo cabe aplicar a una situación concreta. En cambio, la filosofía de la praxis destaca la necesidad de elaborar nuevas categorías de análisis. En efecto, para Sánchez Vázquez las tesis de Marx o de Lenin no valen por sí mismas sino en cuanto responden a situaciones concretas e históricas. Lo que sigue siendo válido en el marxismo es el método, es decir, “el análisis concreto de las situaciones concretas y análisis y balance de la actividad práctica correspondiente. Sólo así puede salvaguardarse el principio que todos los marxistas reconocen y que no siempre aplican consecuentemente de la unidad de la teoría y la práctica” (Filosofía de la praxis, Siglo xxi, México, 2003, p. 307).
Sánchez Vázquez señala que en la tesis once de Marx sobre Feuerbach no se rechaza la teoría sino al contrario, reconoce el elevado papel que desempeña cuando está al servicio de la transformación social práctica y cuando encuentra en ésta su fundamento, su fin y su criterio de verificación. El problema de la verdad del conocimiento no se puede plantear al margen de la práctica ya que es en ella donde el pensamiento científico tiene que demostrar su poder y su verdad.
En este punto cabe recordar las objeciones que le formularan a Sánchez Vázquez Carlos Pereyra cuando afirma que la teoría es independiente de la práctica y por lo tanto tiene su validez en sí misma. Por su parte, Sánchez Vázquez replicó que renunciar a la práctica como criterio de validez para buscar éste exclusivamente en la actividad teórica, aunque a ésta se le llame praxis teórica, es abandonar una tesis fundamental del marxismo para sustituirla por la concepción idealista de Feuerbach con la que Marx rompió radicalmente.
No se puede apreciar cabalmente la filosofía de la praxis si no se la contrapone, como hacía el autor, al althuserismo, al marxismo soviético y en general al marxismo contemporáneo que se desarrolló después de la segunda guerra mundial y en particular como reacción a las revelaciones del xx Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Como señala el propio Sánchez Vázquez, lo primero que resalta en aquel conjunto de ideas es que no se trata de un marxismo sino de varios tipos de marxismo, es decir, que no hay en ellas solo un enfoque sino diversos. Así, se puede distinguir por lo menos tres corrientes: a) el marxismo ontológico, b) el humanismo socialista, y c) el marxismo epistemológico.
a) El marxismo ontológico
La versión del materialismo dialéctico que se estableció en la ex Unión Soviética durante el estalinismo (“Dia-mat”) es resultado de la tendencia ideológica que surge de una interpretación del marxismo que considera como problema teórico-filosófico fundamental la prioridad del ser sobre la conciencia. De ahí su carácter ontológico. En vez de centrarse en las condiciones de existencia, dicha interpretación se centró más bien en los problemas de concepción general del universo. Esta interpretación, no proviene del pensamiento de Marx sino de la Dialéctica de la naturaleza de Engels y de Materialismo y empiriocriticismo de Lenin y sirvió en la época de Stalin para justificar ideológicamente el régimen soviético. Esta interpretación culmina en una codificación rigurosa de las leyes de la dialéctica de la naturaleza extendidas al campo de la historia de la sociedad humana que considera los procesos sociales como procesos naturales, es decir, sujetos a leyes inalterables de carácter universal. Semejante punto de vista entraña la idea de que las sociedades humanas debían seguir fatalmente diferentes etapas (primitivismo, feudalismo, capitalismo, socialismo y comunismo). En la medida en que los partidos comunistas de todo el mundo se subordinaron al de la Unión Soviética, adoptaron dichas tesis, al extremo de caracterizar los régimenes existentes en el Tercer Mundo como equivalentes al predominio de las relaciones de producción de carácter feudal. De lo que se trataba entonces, para esos partidos, era impulsar en dichas regiones una revolución democrático-burguesa que estableciera el modo de producción capitalista. Una vez hecho esto se tendría entonces la posibilidad de una transformación socialista. Con base en esta concepción lineal y etapista de la historia era imposible un salto de una fase a otra, por ejemplo del "feudalismo" al socialismo. Así, en el caso de la sociedad latinoamericana, considerada como sujeta a leyes inexorables, los partidos comunistas sólo podían imaginar un camino —estratégico y táctico— en función del fatalismo histórico.

b) El humanismo socialista
Adam Schaff constituye un buen ejemplo de la corriente humanista del marxismo. En su libro Meditaciones sobre el socialismo, hace un repaso de su obra teórica que reafirma sus posiciones iniciales. Desde sus primeros libros como El marxismo y el individuo humano (1965) el autor sostiene que el marxismo es sobre todo una filosofía del hombre no en tanto que ser abstracto sino más bien en tanto que individuo vivo, concreto. Schaff señala que las tesis humanistas que ya estaban en Marx fueron dejadas de lado, olvidadas y finalmente prohibidas. En el joven Marx no había mayor valor posible para el hombre que el propio ser humano. Este humanismo se caracteriza por ser autónomo, además de que da relevancia a la concepción del ser humano como creación de la historia y de la sociedad y como sujeto creador.
Un tema fundamental de este humanismo socialista es el fenómeno de la enajenación. El problema es que las obras del hombre, sus creaciones materiales y espirituales, tienden a independizarse en la vida social. Los individuos se proponen alcanzar ciertos objetivos mediante su actividad pero el resultado de ésta es otro. Esta situación, dice Adam Schaff, se caracteriza como enajenación subjetiva. También ocurre que no sólo las obras o productos se autonomizan, sino que el propio hombre se siente un extraño para sí mismo. Se trata entonces de una enajenación objetiva. El problema de Adam Schaff y de otros autores como Erich Fromm que postulaban el humanismo socialista era, como advirtió Sánchez Vázquez, su concepción abstracta de la enajenación que habla de la pérdida —y la necesidad de recuperar— una supuesta esencia humana.
Frente a estas concepciones esencialistas abstractas de la naturaleza humana, Sánchez Vázquez argumentó que la enajenación subjetiva y objetiva son fenómenos sociales negativos tanto para el individuo como para la sociedad. Se trata entonces de contrarrestarlos y adoptar medidas que eliminen sus causas o minimicen sus consecuencias. El fenómeno de la enajenación no sólo se refiere a una clase social sino también a un grupo étnico o a una nación. Tiene que ver también, en el ámbito de la vida cotidiana, sobre todo con los problemas derivados del uso del tiempo libre. El proceso de automatización y robotización del trabajo permite del alargamiento del tiempo libre y por tanto suscita la necesidad de llenarlo con ocupaciones útiles. Sin embargo, ese tiempo no se llena de manera sana ya que sus contenidos son impuestos por los medios de comunicación social —que en general responden a los intereses de grandes empresas capitalistas—. Este problema plantea la necesidad de una política anticapitalista y de neutralizar el poder de dichos medios de comunicación.
c) El marxismo epistemológico.
Mientras el humanismo socialista daba prioridad al joven Marx, surgió paralelamente una corriente contraria que reivindicaba al Marx maduro argumentando su carácter científico (en vez del concepto de “enajenación” se ponía énfasis en conceptos como “explotación” o “plusvalía”). Esta corriente también fue una reacción al marxismo soviético. Según señalaba el mismo Louis Althusser —el principal representante de esta tendencia—, su obra no podría entenderse sin tener en cuenta el contexto ideológico y político en que surge, dominado por la crisis del movimiento comunista mundial posterior al xx congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Como reacción al marxismo dogmático prevaleciente, Althusser propuso una desideologización del marxismo y la consiguiente recuperación de su carácter científico.
Para Sánchez Vázquez, el concepto de ciencia en Althusser poseía una raíz positivista que separaba los juicios de hecho y los juicios de valor. Ciertamente parecía necesario recuperar esa distinción, para reconocer el papel determinante de los factores objetivos representados por el desarrollo de las fuerzas productivas y el mecanismo de las relaciones capitalistas de producción. Sin embargo, si bien esta distinción fue necesaria en su momento, a la larga desembocó en un error político ya que llevó a una concepción fatalista objetivista según la cual las fuerzas productivas determinarían por sí mismas la crisis revolucionaria. La crítica de Sánchez Vazquez evidenció que Althusser —concebía la causalidad estructural como una simple lógica de posiciones, de modo que las relaciones de producción serían, para él, exclusivamente resultado de la situación de los hombres en el sistema; éstos serían los portadores, no los sujetos de tales relaciones.

4. El “Balance de la filosofía de la praxis”
Como epílogo a la nueva edición, se incluye este “Balance” escrito en 1994 en el que el autor explica que las tesis de la Filosofía de la praxis tuvieron posteriormente un importante desarrollo con la crítica del “socialismo real” (en algunos textos como “Del socialismo científico al socialismo utópico”, de 1975; “Ideal socialista y socialismo real”, de 1981).
Uno de los aspectos más sorprendentes de la obra de Adolfo Sánchez Vázquez es que fue producida en la periferia, es decir, en México, un país del Tercer Mundo y este hecho dificultó que fuera debidamente conocida y apreciada en los países europeos. Es interesante comparar la evolución intelectual del transferrado español en México Sánchez Vázquez con la de otros filósofos europeos —que también fueron expresiones naturales de la clase obrera de sus respectivos países: Gramsci en Italia, Lukács en Hungría, Rosa Luxemburgo y Korsch en Alemania—. Cuando Sánchez Vázquez nació, en 1915, Gramsci ya tenía 24 años de edad y Lukács 30. O sea que Sánchez Vázquez podría situarse entre los filósofos marxistas de la segunda generación. Mientras la primera generación desarrolló su obra teórica y política en el contexto de la revolución rusa de 1917, la segunda lo hizo en el contexto de las revoluciones fallidas de Alemania, Hungría, Italia y España. Después de la revolución rusa, se encontraron frente a la necesidad de reflexionar en torno de las causas de la derrota general de los movimientos revolucionarios en los demás países del continente europeo y los nuevos problemas que planteaba la estabilización del capitalismo.
Así el trabajo de Sánchez Vázquez se comenzó como una reflexión sobre la derrota de la revolución española y se extiende a la crítica del "socialismo real" en el contexto de América Latina. La crítica de Sánchez Vázquez al "socialismo real" comenzó en 1975 cuando señala errores en la concepción del partido sostenida por Lenin, Trotsky y Lukács:
No veían Lukács ni Trotsky lo que el propio Lenin empezó a vislumbrar en los últimos años de su vida, tratando de zafarse de los brazos del utopismo y sobre todo, lo que la historia vendría a demostrar más tarde con una cruel nitidez; que la organización de por sí no es garantía de verdad ni de revolucionarismo, y que el partido no sólo no siempre tiene razón y toma a veces una decisión injusta, sino que puede burocratizarse, aislarse de las masas, negar la democracia en su seno y llegar así a cometer, incluso contra sus propios miembros, las mayores aberraciones (“Del socialismo científico al socialismo utópico”).
Según Sánchez Vázquez, en la historia del movimiento comunista internacional los dirigentes siempre aparecen como aquellos que nunca se equivocan. Hay siempre un lamentable predominio del autoritarismo y una exclusión de la democracia interna. En su ensayo "Ideal socialista y socialismo real" de 1981, Sánchez Vázquez pasó del análisis de la ausencia de democracia en el partido al análisis de dicha ausencia en toda la sociedad:
En el “socialismo real” Estado y partido se funden, y con ello se funden los intereses particulares de la burocracia estatal y de la burocracia del partido. Al poder político de ambas burocracias, que tienen respectivamente en propiedad real al Estado y al Partido, corresponde su poder económico en cuanto que poseen efectivamente los medios de producción aunque no detentan (ni individual ni colectivamente) la propiedad jurídica sobre esos medios. Por el lugar que ocupa la burocracia en las relaciones reales de producción constituye no sólo una élite política dominante sino una nueva clase.
Para fundamentar esta crítica, Sánchez Vázquez argumentó que, para Marx, el socialismo significaba un movimiento de lo real que poseía los siguientes rasgos:
a) Propiedad común, social de los medios de producción.
b) Remuneración conforme al trabajo.
c) Destrucción del Estado.
d) Superación de la democracia formal.
e) Autogestión social.
Según Sánchez Vázquez, ninguno de estos rasgos aparecían en el "socialismo real". ¿Cómo definir entonces a ese sistema? Según él, aunque era posible reconocer algunos hechos positivos (como la eliminación de la miseria, del desempleo, etcétera) no se podía dejar de advertir la existencia de una poderosa burocracia y un Estado monopartidista que funcionaba sin democracia. Para formarnos un criterio sobre este sistema, no debíamos dejarnos engañar por los argumentos pragmáticos de sus dirigentes. Una sociedad verdaderamente socialista no puede basarse en la propiedad estatal de los medios de producción ni justificar la ausencia de democracia como medio para evitar que la burguesía recupere el poder.
Por otra parte, para Sánchez Vázquez, había tres falsas interpretaciones o definiones del "socialismo real":
1) la que lo caracterizaba como "Estado obrero degenerado" (Trotsky y Ernest Mandel);
2) la que lo caracterizaba como sociedad capitalista peculiar (Charles Bettelheim), y
3) la que lo caracterizaba como "sociedad socialista inferior" con una base económica socialista pero con una superestructura política autoritaria (Adam Schaff).
El "socialismo real" no era un "Estado obrero degenerado" dada la ausencia de una propiedad social sobre los medios de producción. Tampoco era una una sociedad capitalista peculiar ya que no se daban los rasgos esenciales del capitalismo (producción mercantil dominante, fuerza de trabajo como mercancía, etcétera). No se trataba tampoco de una "sociedad socialista inferior" en la que sólo la base económica, y no el conjunto de la vida social, podría ser socialista. Tal definición se anula así misma al contradecirse con la tesis marxista que dice que la base económica tiene un papel determinante.
Sánchez Vázquez llega a la conclusión de que el "socialismo real" constituía una sociedad poscapitalista; ni socialista ni capitalista, sino una sociedad bloqueda en su transición al socialismo. Este bloqueo se expresaba políticamente a través de la represión de las fuerzas socialistas opositoras. El Estado monopartidista, burocrático, sin democracia, eliminó toda posibilidad de renovación interna en el "socialismo real".
En su “Balance de la filosofía de la praxis”, Sánchez Vázquez llegó concluye que el estalinismo, al liquidar a todo tipo de oposición, cerró el camino a la transición del socialismo. De ahí el fracaso del “socialismo real”. Pero Sánchez Vázquez no desemboca en una actitud nihilista o de pesimismo histórico ya que considera la democracia y el pluralismo político como posibilidades todavía no realizadas:
Sólo una explicación objetiva, que no tema mirar de frente a los hechos, puede llevarnos a la conclusión de que el proyecto socialista de emancipación no está condenado inevitablemente a convertirse en lo que lo convirtió el “socialismo real”. Y por tanto, a la conclusión de que la historia no está cerrada, y de que el socialismo sigue siendo necesario, deseable y posible, aunque no inevitable.