Soneto II
No quiero que derrames tu lamento
mientras haya una lengua encarcelada,
si no tienes tu mano derrotada
porque llueve en tu sangre fuego lento.
¡Que tus llantos naveguen sin acento
naufragando en la arena atormentada
para ser muro firme en la hondonada
donde crece esa herida que yo siento!
Caluroso a la nieve des tu mano,
al alto tronco cuyas ramas quiebran
cuando florece tu temor en vano.
¡Que tus brazos derrumben mordeduras
mientras hilos de luz juntos enhebran
amargos dedos por batallas duras!
Soneto VIII
¡Oh, tronco adolescente, sin sabores,
navegante de nortes inflexibles,
prisionero de ramas impasibles,
mientras nada en alientos imposibles
tu lengua moribunda y sin olores.
¡Agua amarga desnuda tus dolores
hundidos entre escollos invisibles,
lamiendo sangre y gangrenando flores!
¡Oh, tronco, navegando sin ramales,
nacido del dolor -oscura suerte-y
empapado de enfermos ventanales!
¿Cómo olvidar tu pulso sin latido,
descendiendo del brazo de la muerte
cuando tengo yo el pulso bien mordido?
Estos dos sonetos, recopilados en El pulso ardiendo (1942), se publicaron
originalmente en 1941 en la revista Taller que dirigía Octavio Paz.
Sentencia
Si el árbol de la sangre se secara
y el corazón, ya seco y sin latido,
fuera polvo total, norte abolido
que nadie en este mundo recordara
si el alma sin soporte se quedara
y la tierra, materia del olvido,
de muertos se cubriera y lo podrido
en un bosque de heridas germinara
si el crimen no tuviera más oficio
que escarbar en la tierra desolada
para dejar al mundo su simiente,
la dulce brisa, el leve precipicio
tornaríanse, al fin, en cuchillada
o en abismo mortal para tu frente.
El desterrado
El árbol más entero contra el viento
helo en tierra, deshecho, derribado.
Congregando su furia en un costado
el hacha lo dejó sin fundamento.
-oh, sueño vertical petrificado-,
con todo su volumen desplumado
tan sólo de la muerte es monumento.
Y tú, desnudo y leve junco humano,
contra el viento amarillo del olvido,
contra todo rigor, estás erguido.
Torre humana o árbol sobrehumano,
contra el hacha, en el aire levantado,
sin raíz ni cimiento, desterrado.
Desterrado muerto
En la huesa ya has dado con tu empeño.
¡Cuánta furia se queda sin batalla!
Enmudece la sangre
el pecho calla
y tu dolor cabalga ya sin dueño.
La tierra es tu mansión
la sepultura,
el albergue final de la jornada.
Por testamento dejas tu pisada,
la dulce huella de tu mano pura.
El destierro no para con tu muerte
que, implacable, dilata tu destino,
bajo la misma tierra prolongado.
Tú no descansas, no, con esta suerte
de muerte enajenada
con el sino
de estar bajo la tierra desterrado.